A este lugar llegamos solo por dos o tres días y nos quedamos más de una semana. Su naturaleza, tranquilidad, pero sobre todo el corazón de su gente, nos atrapó como pocas veces. Donde antes era un nombre de una ciudad, ahora es un refugio de amigos a donde pronto queremos volver.
Una cuestión de tiempo
Estábamos apenas sacando las sábanas para desarmar la cama del motorhome, cuando vimos llegar a Perla junto a nuestros amigos viajeros Eze y Flor de Mambeando Rutas. Se zarandeaba de un lado al otro en cada paso que daba, haciendo un notable esfuerzo por avanzar. Más tarde nos enteramos de que comía mucho y que hacía poco ejercicio. Esa era la causa de su rengueo.
En los días que llevábamos allí, nosotros queríamos conocer más de ella, queríamos ser sus amigos. Nos acercábamos tímidamente, pero Perla nos era indiferente. Le hablábamos y no nos miraba. Queríamos conversar con ella, incluso abrazarla. Pero ella mantenía una distancia propia de alguien que aún no te conoce del todo. Y sí, ¿Quién se deja abrazar por un desconocido?. Había que darle tiempo.
Aquella mañana en la que se acercó junto a Eze y Flor, Perla se quedó durante todo el desayuno con nosotros. Nos sorprendió porque los días previos no nos había dirigido la mirada. También se quedó pasado el almuerzo y nos acompañó un buen rato en nuestras tareas laborales.
Perla pasaba gran parte de su tiempo recostada, ya que sus flacas extremidades hacían un gran esmero por sostener ese voluminoso cuerpo. Entendimos todo cuando la vimos comer. Mili le acercó una porción y ella se le abalanzó con todo su cuerpo. Masticaba veloz, crujiendo fuerte los dientes. Comía vorazmente casi sin respirar. Nos dimos cuenta que comer y dormir era lo que ella más disfrutaba.
Y es lógico, porque Perla es una oveja.
En las tierras de su infancia
En el complejo San Antonio se respira naturaleza. Es un predio de varias hectáreas dividido en diferentes zonas de recreación. Sobre el ingreso, un gran espacio para motorhomes, más adelante, dos canchas de fútbol 5, y a pocos metros un sector de parrillas y mesas para pasar el día.
En medio de ese despliege, hay un pequeño gallinero que también funciona de hogar para la oveja Perla y la chiva Flavia. Mas al fondo, hay una enorme laguna a la que una bandada de gansos y varios patos, disfrutan todos los días. Con total libertad, estos animales se mueven por todo el predio. Incluidos los 3 pavos reales, que se pasean y exponen sus coloridas plumas por entre los autos de los visitantes.
Durante los fines de semana, el complejo adquiere un movimiento de festival. Las canchitas se llenan de niños y las mesas y parrillas de familias. Pero a pesar de la visita de tantas personas, los animales ni chistan.
Ellos continúan con su cotidiana rutina: los gansos van y vienen en busca de comida, la oveja Perla descansa en el gallinero, la chiva Flavia observa todo con una quietud inmutable, los patos disfrutan de la laguna y los perros salen a ladrar cada tanto desde la casa de la tía.
En medio del espacio de motorhomes, hay una pila de tres neumáticos ubicados prolijamente uno sobre otro. En el interior de esa cueva artificial, una paciente gallina empolla sus huevos sobre un nido que construyó unos días atrás en ese ingenioso lugar. Unas horas más tarde, escucharíamos unos píos de unos pequeños polluelos que repozarían bajo el caliente cuerpo de su madre.
Así es que poco a poco, el complejo San Antonio se fue ganando nuestro corazón. Un lugar lleno de vida, con una tranquilidad solo adquirible a través de la conexión con la naturaleza.
Muchos años atrás, en esas mismas tierras, unos pequeños hermanos pasaban sus días de veranos y fines de semana. Disfrutaban del espacio natural y de los animales, mientras aprendían de los más grandes a realizar diferentes labores que una tierra así demanda.
―Mi abuelo se despertaba a las cuatro de la mañana a ordeñar a la vaca. Colocaba la leche en botellas y a eso de las 8 salía a vender ―cuenta Chaza, uno de esos niños que hoy ya es adulto y es uno de los socios del complejo San Antonio. La otra parte de la sociedad, corresponde a su hermano menor, Chazita.
Con una voz pausada, Chaza nos cuenta cómo fueron mejorando las condiciones del complejo. Explica que lleva mucho tiempo y que donde hoy estamos parados, antes era todo vegetación. Que poco a poco fueron sumando cosas para que los visitantes pudieran disfrutar del complejo.
Chaza y Chazita son profesores de educación física, por lo que el complejo San Antonio no es su principal actividad. Pero día a día intentan poner su profesión al servicio del complejo.
Durante los días de semana, reciben a cursos de colegios, mientras que los findes, organizan cumpleaños en el predio. En ambos casos planifican distintas actividades recreativas para los más chicos con profes a cargo: arman desayunos, cuentan historias y realizan juegos durante todo el día. Su objetivo es que los jóvenes puedan aprender en contacto con la naturaleza.
Atrapados por el cariño
Cuando llegamos a este lugar teníamos planeado quedarnos solo uno o dos días. Terminamos quedandonos una semana y conectados no solo con el lugar, sino con su gente, sus animales y todo lo que allí sucedía. Viajamos para vivir experiencias y este lugar sin dudas nos dio muchas.
El complejo San Antonio queda a unos 5 kilómetros de Resistencia, la ciudad capital de la provincia de Chaco. Una descripción rápida podría ser que es un lugar en el que se convive con muchos animales, se conecta con la naturaleza y cuenta con diferentes actividades para hacer; que la paz y la tranquilidad allí son predominantes y el valor humano de las personas que trabajan ahí, es lo más preciado.
Entramos con nuestro motorhome por la segunda tranquera, así lo informó el joven de la entrada, ya que por la primera, las ramas bajas de los árboles podían dificultarnos el ingreso.
Un enorme terreno dividido por hileras de neumáticos pintados de colores amarillo y verde marcaban el espacio destinado para motorhomes y casillas rodantes.
Apenas bajamos, un ejército de más de treinta gansos, grazneando en coro, se hizo presente. Pensamos que era una especie de bienvenida hacia nosotros como nuevos visitantes, pero en realidad era una actividad cotidiana para ellos, ya que allí, dentro del predio, se encuentra la casa de la Tía, que no solo es una de las propietarias históricas del lugar, sino que es quien se ocupa de la alimentación de los distintos animales.
Los gansos, en grupo, llegaban para reclamar su ración diaria de maiz, a los que la tía, con mucho placer, entregaba vaciando un balde completo sobre el suelo. A la bandada se le sumaba algunos patos, un par de gallos y algunas gallinas. Entre todos, devoraban en segundos el manjar ante la atenta mirada sonriente de la tia.
Llegamos justo un día antes de la final de la Copa América. Los partidos anteriores veníamos viendolos en compu y celu usando internet, pero esta vez queríamos verlo en una TV, para evitar cualquier tipo de interrupción.
Estabamos barajando el plan de ir a un bar, pero esa misma mañana se acercó Mati, uno de los empleados del complejo, con la invitación a ver la final a su casa. Mati no nos conocía, pero para él eso no era un impedimento para abrirnos las puertas de su hogar. Totalmente agradecidos, accedimos.
Mati llevaba 7 años trabajando en el complejo. Nació y creció en Resistencia y actualmente dividía sus días laborales en dos: por la mañana cumplía su horario home office en un call center y por la tarde se refrescaba de naturaleza en lo que para él era más que un trabajo.
―Yo en mis momentos libres vengo al campo a tomar mates ―dice con una sonrisa y las manos en los bolsillos―, es mejor que quedarme solo en mi casa. Yo disfruto de venir acá.
El complejo genera eso. Mati llegó con 15 años y desarrolló muchísimas habilidades gracias a la libertad que Chaza y Chazita le dan en su día a día.
Los fines de semana, en el complejo generalmente se festejan cumpleaños, y el servicio incluye un coordinador de actividades. Así fue que con el correr de los años, Mati aprendió a coordinar grupos y animar eventos, algo que también sumó a su formación, ya que al igual que los dueños del lugar, él también comenzó los estudios de Educación Física.
El gesto de invitación a ver la final a su casa, nos hizo dar cuenta que el complejo San Antonio no solo es un lugar físico, sino que también son sus personas, se ve en sus actitudes: en el pan que nos trajo Miguel una tarde, en los pomelos que tomó Chaza del árbol para regalarnos, en la invitación a una tarde de fútbol con nuevos amigos chaqueños, en cada insistencia por que nos sigamos quedando unos días más.
Los valores de una familia
Mientras los días pasaban, más nos enamorábamos de la oveja Perla, más nos intrigaba la chiva Flavia y su mirada de sabia milenaria, más nos divertían los desfiles de los gansos y más nos relajaba la tranquilidad de ese lugar único.
Poco a poco fuimos conociendo no solo el lugar, sino a las personas que lo integran. Chaza nos contó la relación que tienen con sus animales y cómo sufren cada vez que algo les pasa.
―Este era el Colo ―dice mientras nos muestra una foto de un toro en el celular―. Era nuestra mascota, nos lo robaron hace unos días.
Con una sonrisa de quien tiene un recuerdo nostálgico, nos cuenta que el Colo era como un perro, que reaccionaba a los llamados y le encantaban los mimos. Y que en plena luz del día, ante su concentración por las actividades que había en el complejo, se lo llevaron.
―Es que el Colo era muy mansito. Vos lo llamabas y él iba.
En los ojos de Chaza se puede ver que ese cariño se lo transmiten a cada uno de los animales que viven allí. Entre historia e historia, nos va mostrando las distintas partes del predio y cómo a pulmón tienen pensado hacerlo crecer manteniendo la historia y los valores de su familia.
Nos muestra una construcción antigua que hacía las veces de tambo para su abuelo y que ahora lo quieren transformar en una cantina.
―Acá todo se recicla, pero vamos de a poco. Hace 13 años que lo vamos levantando. Pero todo cuesta plata ―Chaza nos confiesa que prefieren que sea así, despacio―. Porque cuando te dejás llevar por la plata, perdés el rumbo ―agrega.
Las charlas nos hacen reflexionar y pensar cómo es posible que existan personas tan buenas, pacientes, solidarias. Porque Chaza, sin conocernos, nos ofreció las llaves de su casa, que si necesitábamos más comodidad, que ahí el internet andaba de diez. Que él tenía que hacer otras cosas y no iba a estar en todo el día. Nos daba la llave y listo.
Ya con el corazón fuera del pecho le agradecimos pero no aceptamos tal tamaño de ofrecimiento. El complejo tenía todo lo que necesitábamos y hasta más de lo que hubiésemos imaginado.
Llegamos para quedarnos dos o tres días, y nos quedamos más de una semana. Aunque si por Chaza fuera, la estadía podía no terminar más.
―¿Cómo que se van a ir? Acá se pueden quedar lo que necesiten. Hasta el mes que viene. Hasta el año que viene. Lo que precisen.
A veces en los viajes hay lugares de paso que se terminan metiendo en nuestro corazón. Donde antes había solo un nombre de una ciudad, ahora tenemos un refugio de amigos que nos esperan con los brazos abiertos para cuando querramos volver.
Gracias Chaza, Chazita, Mati y todo el equipo del complejo por recibirnos. Gracias a nuestro amigo Lauti por recomendarnos este hermoso lugar.
Gracias a Eze y Flor por hacer que los días allí sean inolvidables.
Gracias Perla, Flavia y todos los animalitos por llenarnos el corazón de amor.