Trekking a Alto Calilegua, el pueblo jujeño entre la yunga y el cielo

En la cima de los altas cumbres de las serranía de Calilegua, en la provincia de Jujuy, en un rincón de la región que nada tiene que ver con los rojizos cerros de la Quebrada de Humahuaca, sino más bien con un verde intenso de la tupida vegetación, se encuentra este pueblo remoto que habita por encima de las nubes.

Su ubicación es tan compleja y particular, que con el correr de los años, la treintena de casas que aún se mantienen en pie, han sido deshabitadas y solo dos personas continúan su vida allí. Solo dos. Betty y Tito. El resto bajó hacia otros pueblos de la región, como San Francisco o Valle Grande en busca de oportunidades y una mejor calidad de vida.

Pero Betty y Tito mantienen su vida de antaño, cosechando sus verduras, criando a sus animales, recorriendo sus tierras y recibiendo a algún que otro visitante en sus habitaciones familiares que hoy funcionan como hospedaje turístico.

“Yo no me quiero ir a la ciudad”, dice Betty portando sus casi setenta años, “no me quiero ir porque allá todo es problema de plata. Acá tengo todo lo que necesito”.


Su casa completamente levantada con ladrillos de adobe, tiene cocina, galería, un patio interno y las habitaciones donde recibe a los turistas. El frente de la casa da al amplio verde del pueblo, desde donde se puede observar la iglesia, el molino comunitario y la cancha de fútbol.

El acceso a Alto Calilegua es una verdadera aventura. Desde la localidad de San Francisco, se emprende una travesía a pie, a caballo o en mula que demanda alrededor de doce horas de ascenso continuo, hasta llegar a los 3.200 metros sobre el nivel del mar. El sendero atraviesa la exuberante selva montana, permitiendo observar la transición de la vegetación desde el bosque montano hasta los pastizales de altura. 

En los últimos años, la región de las Yungas Jujeñas ha ido tomando un mayor protagonismo en el mapa turístico de la provincia. Una zona muy diferente a lo que acostumbramos a ver como portada de las principales publicidades de Jujuy, que generalmente apuntan al Cerro de los Siete Colores o la famosa serranía del Hornocal.


Aquí los altos paredones cubiertos de vegetación y los amplios bosques predominan por todo el paisaje. Cóndores, aguiluchos y caranchos revolotean por los cielos, mientras las cabras, las vacas y las ovejas caminan por los campos.

Por su privilegiada ubicación, desde el pueblo de Alto Calilegua, se puede apreciar gran parte de toda esta maravilla paisajística. De hecho, hay días donde se amanece por encima de las nubes. 

Desde hace unos pocos años, visitar este imponente pueblo se ha vuelto un atractivo para los amantes del trekking y la montaña. El esfuerzo físico que demanda el ascenso, es recompensado con la belleza que espera en la cima.


Habíamos escuchado de este trekking desde hace unos dos o tres años. Y era un pendiente que no queríamos postergar más. Para hacerlo tuvimos que llegar hasta el Pueblo de San Francisco, en la puerta de entrada a las Yungas Jujeñas. Comenzamos la caminata a las 5 de la mañana cuando aún había estrellas y la oscuridad era total.

Nuestro guía fue José de Canela Trekking (click acá para ver su Instagram) nacido en Jujuy y quien desde hace varios años recorre los distintos rincones de la provincia con una naturalidad única. A los pocos minutos de comenzar, se nos sumó un integrante más que nos acompañaría durante toda la travesía, un perro bóxer. Así, los cuatro iniciamos el viaje sumergiéndonos en la profundidad del bosque.

“Hay que caminar hasta donde ya no haya más árboles”, nos dijo José. Una referencia que alude a que en la altura de la serranía de Calilegua, el pasto es bajo, la vegetación es corta y en lugar de árboles se encuentran arbustos pequeños. En el camino, los carteles indican unas 5 horas de caminata, sin embargo, eso se anuncia para los lugareños, quienes acostumbran a tener un ritmo inalcanzable. A pesar de caminar con regularidad, para nosotros sería casi el doble de tiempo. 

Los primeros cuatro kilómetros son los más complejos, ya que allí se encuentra la subida más pronunciada. De ahí la decisión de salir durante la noche, ya que el objetivo es llegar a la planicie de la altura antes del amanecer y así evitar el calor del sol. El ritmo es lento pero constante y la claridad empieza a iluminar poco a poco el camino. En el trayecto, nos cruzamos con algunas vacas y toros que pastan con tranquilidad en la orilla de la senda.

Hacia las 9 de la mañana, llegamos al Abra del Duraznillo, una planicie en la altura, donde las vistas nos llenan los ojos de naturaleza. Para ese momento, el sol ya ilumina por completo el terreno. Alrededor todo es verde, y el silencio del lugar es lo que más nos llama la atención. Tomamos un café, comimos unas frutas y seguimos viaje. 


Con el correr de las horas se van sucediendo algunas pendientes con bajadas, caminos más estrechos y otros más amplios, pero en todo momento, el paisaje es imponente. Cada tanto algún ave aparece por el cielo y nos empezamos a preguntar si son cóndores o alguna otra especie. Más adelante, nos detenemos a almorzar en lo que será nuestra última parada antes de llegar a Alto Calilegua.

A pocos metros del ingreso al pueblo y desde lo alto, observamos una pequeña laguna rodeada de caballos que disfrutan del agua, en una imagen que nos recuerda la belleza de la naturaleza. Un espejo de agua que parece cerca, pero que se encuentra a un kilómetro del sendero.

La llegada Alto Calilegua la hacemos alrededor de las 4 de la tarde, después de poco más de doce horas de comenzada la travesía. Al ingresar, todo es fascinación. Y al instante, la estructura del pueblo nos llama la atención. Decenas de casa de adobe ordenadas una al lado de la otra en círculo, como en una ronda. En el centro, y ocupando la mayor cantidad de terreno de todo el lugar, la cancha de fútbol. Un sitio que funciona como lugar de encuentro, festividades y eventos deportivos. Porque claro, en fechas especiales, esta cancha se llena de personas convirtiendo a este solitario lugar en un multitudinario pueblo en medio de los cerros.


A unos de los lados y en completa soledad, se encuentra la histórica capilla, cercada con una pequeña tapia de adobe y rodeada por algunos árboles. Desde lo lejos, la imagen de la iglesia parece sacada de un cuento.

En una de las pequeñas casas de adobe, Betty nos espera con mate cocido y bollo, una especie de pan típico de la región y que ella misma cocina. Hasta ese momento, Betty estaba sola en el pueblo, ya que Tito, andaba por el campo buscando a los animales.

“A mi no me da miedo quedarme sola. Muchos días me quedo sola cuando Tito se va”, nos cuenta Betty. Sus hijos y nietos poco a poco se han mudado a otras ciudades en busca de trabajo o para continuar los estudios. Pero ella no quiere dejar su casa y su pueblo. Al menos hasta que “su cuerpo lo permita”.


Durante el atardecer, comienza otro espectáculo. El color del cielo rosáceo, el horizonte de montañas y los pájaros que revolotean por todo el lugar, te recuerdan que estás en un lugar distinto y que todo el esfuerzo de la dura caminata, vale la pena. Las ovejas y cabras caminando libremente por el pueblo completan la escena que podría ser la pintura de un cuadro.

Por la noche Betty nos prepara un guiso de arroz que disfrutamos en la galería antes de irnos a dormir. El cielo nocturno también esconde otra sorpresa. Por la nula contaminación lumínica y por la amplitud plana del terreno, se observa un millar de estrellas. El cierre perfecto para una jornada estupenda.


Al día siguiente nos levantamos bien temprano. Betty hace algunas horas que está levantada, porque la vida de campo es así. Nos esperó con un mate cocido con bollo. Esta vez nos fuimos a la cocina a tomarlo porque afuera hace frío. Y aprovechamos la ocasión para hablar un rato con ella, hacerle preguntas y saber de su historia.

Visitar Alto Calilegua es una experiencia que te permite conocer una forma de vida completamente distinta, de forma sencilla y en armonía con la naturaleza. El esfuerzo para llegar a este rincón en lo alto del cerro, al final se ve recompensado por la belleza de sus paisajes, la calidez de su gente y la tranquilidad que se siente ahí. 

Para quienes buscan una escapada diferente, alejada del turismo masivo y conectada con el turismo rural, cercana a las raíces más profundas de la cultura andina, Alto Calilegua se presenta como un destino inolvidable, donde las nubes parecen nacer y donde el tiempo transcurre a otro ritmo.





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